Se llamaba Jessica Bravo. Tenía sólo 28 años y un hijo de cuatro. Trabajaba de camarera. El miércoles por la tarde cuando fue a recoger al colegio a su hijo, su ex pareja, Imanol Castillo, le pegó cinco tiros delante del niño, de sus compañeros y de los padres que habían ido a recogerles; después se subió al coche y se suicidó. Jessica estuvo en coma en estado de muerte cerebral; uno de los tiros fue en la cabeza.
Jessica se había separado de Imanol y le había denunciado por malos tratos. Tenía una orden de alejamiento que él rompió y después de varias llamadas telefónicas ella volvió a denunciarle. El miércoles por la mañana pasó a disposición de un juzgado de Elda como autor de un delito de quebrantamiento de condena. Declaró, le dejaron libre. Y por la tarde acudió al colegio a pegarle cinco tiros delante de su hijo. La noticia no ha abierto ningún informativo. Es la víctima número 49 de violencia machista en lo que va de año. Y ya está. Unos pocos datos personales, la cifra y el asesinato camuflado entre banderas, tribunales, políticos, huelgas y Bruselas.
No quiero comparar ese mismo número con qué pasaría si fueran policías, o guardias civiles, o bomberos, o curas o albañiles. Es un insulto tener que comparar a todas las mujeres que han sido asesinadas con lo que sea, como si por sí mismas no fueran lo suficientemente importantes. Como si sus muertes no fueran relevantes por sí solas. No quiero porque es hacerlas de menos, ignorar que sus vidas contaban, que algunas tenían hijos además que ahora se han quedado huérfanos, que otras no y no por ello es menos grave, porque sus vidas contaban también. No quiero porque me niego a ser igual que vosotros, o vosotras, los que necesitáis equiparar a una mujer con un hombre con uniforme para concienciar así a la sociedad. Porque ni siquiera os dais cuenta de que el uniforme, también lo pueden llevar ellas, y tener autoridad profesionalmente y aún así ser víctimas de acoso, abusos o violaciones. Y también las pueden asesinar, porque la violencia machista es transversal y no sé cuántas muertes más y estudios y estadísticas os hacen falta para entenderlo de una puñetera vez. No quiero porque me avergüenza que si son ‘sólo’ mujeres sus asesinatos van escondidos entre las páginas de un periódico, entre las últimas piezas de un informativo de televisión o de radio, lo que da medida de la importancia que se da a la noticia.
No quiero porque sus vidas cuentan. Y sus muertes me estremecen y escandalizan. Porque son el último peldaño de una escalera terrible que señala metiendo el dedo en el ojo a una sociedad enferma y machista que saca el pañuelo, lagrimea un poco, un minuto de silencio en la plaza y a otra cosa, mariposa. No quiero que me contéis que ahora que tenéis hijas lo entendéis, porque me sacáis de quicio. ¿Y antes? ¿Qué hacíais antes de convertiros en concienciados padres modelos? ¿Y si en lugar de hijas fueran hijos varones tampoco os habríais caído del guindo? ¿Qué? ¿Si son niños los educaríais para ser machotes? Hay que ser valiente, hay que ser fuerte, hay que mandar, los chicos no lloran ‘como una niña’. Que ni se les ocurra mostrarse vulnerables, que se avergüencen si pierden una carrera con una chica, o si son más listas que ellos.
No quiero cuestionar a ninguna mujer, ni hombre, que denuncia haber sufrido acoso o abuso sexual sobre el por qué lo cuenta ahora y no hace 10 años, o 15 o 30. Porque es poner el acento en la víctima y no en la escoria que ha acosado o abusado. No quiero porque cuando vi, por ejemplo, hace unos días las declaraciones de Uma Thurman asegurando que cuando se le pase la rabia hablará entiendo perfectamente esa furia, ese enfado, ese calor que te sube desde las entrañas hasta la cara y te abrasa la lengua. Y prefieres tener el control de tus emociones para decir, exactamente, lo que quieres decir. La mayoría de las mujeres la entienden. Porque a ellas también les ha pasado. En algún momento de su vida les ha pasado. Así que esperaré a que Uma hable cuando le dé la real gana, no cuando os parezca adecuado a vosotros.
No quiero ver el testimonio de dos chicas jovencísimas en el ‘simbólico’ Tribunal de mujeres que se está realizando en el Congreso que detallan cómo las violaron, en grupo, vaginal, analmente, por la boca, cómo les dolió, cuánto sufrieron, cómo oyeron sus risas, cuánta vergüenza sintieron, cómo dudaron hasta de a quién contárselo o si debían denunciarlo por si las creían o no, cómo describen una situación tan traumática y terrible en la sección de ‘Moda -Belleza- Celebs- Feminismo-Placeres’ de un periódico, por razones obvias. Si hace falta que te lo explique esta columna no es para ti.
No quiero nada de todo esto. Y quiero que lo entendáis. Ya. Porque para poder solucionar algún día el grave problema del machismo es necesario educación. Así que empezad a escuchar a las víctimas en lugar de ponerlas en duda. Que os estremezca. Que os horrorice. Que os dé vergüenza. Que os dé asco. Quiero sobre todo que os importe. Ni más, ni menos.
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