Después de la Diada nos juntamos a cenar un grupo de amigos de Madrid y Barcelona. Por supuesto que salió ‘EL TEMA’ y todos estábamos de acuerdo en algo: en que se nos está yendo de las manos. A unos más que a otros, pero a todos. En la sobremesa terminamos con un juego que nos hizo reír y que recomiendo. Pero claro, para eso tendrían que juntarse gente de Madrid y Barcelona. O catalanes independentistas con españoles convencidos y orgullosos de su bandera. Y ahí está el problema.

El juego en cuestión era imaginarnos en una frontera negociando quién se queda con quién del otro bando. O intercambiando a unos por otros “os dejamos a fulanito si nos dais a menganito” . Había quien no quería nadie y las risas subían de tono. “Aaaaaa, ese es vuestro. Se siente”. No diré nombres porque las bromas privadas son eso, privadas, y además no pretendo ser faltona, pero vamos, no hace falta pensar mucho para que algunos personajes aparezcan enseguida. Los de los dos extremos, por ejemplo. Terminamos a carcajada limpia, convencidos de que si el juego se hiciera en serio igual muchos se lo pensaban más y mejor porque les iba a quedar un país digamos que un tanto peculiar. Al final alguien dijo: “Bueno, sea como sea sólo quedan ya unos días y ya está”. Me callé para no ser una aguafiestas.

A partir de hoy quedan 17 días para el 1-O. Pero nada acabará entonces. No sé qué sucederá exactamente, nadie puede predecirlo. Ignoro si se podrá votar o no. Porque los independentistas están convencidos de ello a pesar de las amenazas, los fiscales, el Tribunal Constitucional y la Guardia Civil, que es la única respuesta que han recibido desde el otro lado, ¡qué pena! Así que no, el 1-O no acabará con nada. Será el comienzo de algo que también desconocemos.

Pongámonos con la premisa de que se puede votar. Que todos los Ayuntamientos de Catalunya ceden sus locales y dan las facilidades para que así sea. Por cierto; la idea de Puigdemont de animar a los ciudadanos de parar a los alcaldes por la calle, mirarles a los ojos y preguntarles si les van a dejar votar no es muy honorable. A eso también se le llama amenazar. Sí. El significado de la palabra según la RAE es: “dar a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a alguien”. Para hacer mal a alguien no es necesario una agresión física o verbal. El ostracismo también es dañino. Que te miren mal por la calle tus vecinos debe doler. Puigdemont, autor de frases como “el tsunami de la democracia” debería reflexionar y dejar a la gente hacer lo que quiera acorde con su conciencia y sus convicciones, que es justo lo que él está pidiendo.

Si se vota, los del ‘sí’ irán todos a una, de eso estoy convencida. En cambio, es un misterio lo que harán los del ‘no’. Conozco a algunos que irán a votar ‘no’ sólo como castigo al gobierno de Rajoy, incapaz de encontrar en años una respuesta política a la situación y amenazando como única solución. Conozco a otros del ‘no’ que no irán a las urnas porque no se sienten interpelados por éste referéndum ilegal, creado corre que te corre a toda prisa y sin que desde un lado ni del otro se haya hecho una campaña educativa, no adoctrinante, sino educativa; informando a los ciudadanos de las consecuencias de tomar una decisión u otra. Ahora vuelvo a éstos, pero antes, también diré que no conozco a nadie que si desde el Estado, el gobierno, se hubiera aprobado cambiar la Constitución y permitir un referéndum se quedara en casa.

A los que el 1-O -si se puede votar- no irán a votar ‘no’ ahora se les llama “boicoteadores”, tal cual. Los del ‘sí’ están deseando que los del ‘no’ también acudan a las urnas, porque si por ejemplo, el 55% de la población vota y el resultado es sí por un 95%, ¿alguien cree en serio que ésa es la situación real que se vive en Catalunya? ¿Y qué harán entonces? ¿Seguir adelante como si nada? Y cuanto más presionen a los del ‘no’ para que vayan a votar, menos les convencerán de ello. Porque de eso se trata; de entenderse, persuadir, seducir, convencer, no de coaccionar.

Que un juez tumbara en Madrid un acto a favor del referéndum autorizado por Manuela Carmena, que cedió un espacio municipal para ello, me avergüenza. Es curioso, no sé que es sentirse española, pero sí madrileña y el Madrid en el que me crié y crecí era una ciudad abierta. En Alcorcón la vecina del cuarto era Andújar, la de enfrente gallega, la del primero de Segovia. Mi padre es de Ávila, mi madre de Toledo. En la Universidad Complutense donde estudié también traté con gente que no era de Madrid. Una de mis mejores amigas es de Pamplona, hay otra que ahora vive en Bilbao. He conocido a abertzales, jamás he tenido ningún problema al respecto. Ahora vivo en Barcelona, tengo amigos independentistas a los que quiero como se quiere a los amigos, de forma incondicional porque nos hemos elegido para acompañarnos en la vida. De la misma manera los tengo en Madrid y algunos no entienden nada de lo que aquí sucede e incluso, sin complejos, hay quien me ha admitido que les caen mal los catalanes. Eso sí, no han conocido, hablado, ni tratado con ninguno. En los 14 años que llevo viviendo en Barcelona cada vez que he estado en una conversación en la que hablaban de Madrid con desprecio les he preguntado directamente, ¿pero a cuántos conoces tú de Madrid personalmente? Adivinen la respuesta. Eso es: a ninguno. Así no hay ni habrá manera. Nunca.

Prohibir un acto en Madrid en el que se iba a hablar de las razones y se pretendían dar argumentos sobre por qué muchos están a favor de la independencia en Catalunya es un fracaso, un terrible error, una pena. Cada día, a cada hora últimamente, hay una noticia que en el mejor de los casos me produce un suspiro. Otras directamente me llevo las manos a la cabeza. Y va en escalada; la intensidad va subiendo según se va acercando el 1-O. A veces resulta insoportable, la verdad.

Riendo con amigos de Madrid y Barcelona y jugando a quién se queda con quién callé cuando escuché el “ya queda menos”. Preferí prolongar ese estado despreocupado de felicidad. No, no quedan sólo 17 días. Esto va para largo. Y mientras los unos y los otros se nieguen a entenderse, a hablar, a conocerse, a comunicarse y se queden bien aparcaditos en sus prejuicios pienso seguir con mi gente, riéndome siempre que pueda porque encima ya hace un tiempo que ando triste y hay que aprovechar. Ojalá sólo quedaran 17 días. Ojalá.

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