Ruido y mala leche

La imagen de un señor del Barrio de Salamanca de Madrid golpeando una señal de tráfico con un palo de golf rodeado de cientos de sus vecinos contaba muchas cosas incluso sin necesidad de escuchar lo que decían. Madrid es el epicentro de la epidemia de coronavirus en España con más de 15.000 muertos vinculados con la enfermedad y aún está en la fase 0 de la desescalada, así que la concentración es una vulneración del estado de alarma. Estaban poniendo en peligro su salud y la de los demás y me importa un pito que vayan envueltos en banderas de España.

En los últimos años he visto banderas suficientes para toda una vida; en uno y otro bando, pero esto ahora no viene al caso. Sí que viene que todos los expertos médicos y científicos alertan que la pandemia no está controlada ni mucho menos, que el riesgo de rebrote es real, que sólo un 5% de la población según el estudio que han realizado está infectado así que el Covid-19 es más letal de lo que pensábamos porque sin que la mayoría lo hayamos pasado ya han muerto 27.321 personas. Y lo han hecho en hospitales desbordados y en residencias dejadas de la mano de las instituciones públicas que no supieron ni pudieron controlar a las privadas.

Después de largas semanas confinados en casa 217 personas fallecieron ayer y aceptamos la cifra con una naturalidad pasmosa, como quien oye llover, como si efectivamente, sólo fuera eso: una cifra. Ya no pensamos en los familiares que no han podido acompañarles en sus últimas horas ni velarles en los tanatorios. No imaginamos rostros ni historias, huimos despavoridos hacia la visión de una terraza y una caña, una cena con amigos o un paseo por la playa, que es infinitamente más agradable. Se felicita a las Comunidades que han pasado a la siguiente fase y se interpreta como un castigo a las que no, como si el virus no tuviera que ver con densidad de población y con los focos donde llegó primero y se esparció sin control. Como si esto fuera un partido de fútbol donde uno gana y otro pierde, una Liga macabra en la que Sanidad está jugando a los dados. Y presumo que son los mismos que clamaban contra el Gobierno y piden la dimisión de Pedro Sánchez por incompetente, por no saber predecir la que se nos venía encima, quienes ahora gritan libertad en una calle abarrotada con el peligro que eso conlleva y lo que ya saben, o deberían saber.

Hay motivos para criticar al presidente del Gobierno y su gestión, claro que sí. Pero lo pueden hacer, por ahora, desde sus balcones y terrazas o en las redes sociales. En la calle, todos juntos, no. Es una cuestión de salud, no de recortes en la libertad de expresión y hay que ser muy cazurro para pensar que éste gobierno o cualquiera da órdenes con la intención de que la economía se colapse. Hay que ser muy mezquino para utilizar esta pandemia sin precedentes para obtener beneficios políticos. Hay que ser un inconsciente para soltar, como hizo ayer Pablo Casado: “Ante un rebrote no podemos volver a la excepcionalidad, hay que convivir con el virus” cuando acabamos de ver qué significa exactamente convivir con el virus y el enorme coste en vidas, y también en la economía, que ello supone. Porque hasta que no haya una vacuna la clave está en el distanciamiento social y debemos tatuarnos en la frente que hay que extremar las precauciones, no apelotonarnos en botellones, en bares, en el supermercado o en la calle Núñez de Balboa.

Así que sí, me importa un pito que lleven banderas de España aunque desde luego no pertenezco a su clase social y me molestan sus maneras, su soberbia y sus oseas, pero ante todo me irrita su inconsciencia, su irresponsabilidad, y su ausencia de sesera. Esto no es un partido de fútbol, esto no es conmigo o contra mí, esto no es los unos y los otros, ni la competición de Fairy de Villarriba y Villabajo. Es una cuestión de salud. Punto. Lo demás es ruido y mala leche.

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