El 17

Un grupo de adinerados alemanes, en concreto 180, encabezados por el empresario Ralf Becker, propietario de la compañía Scharpf Sicherheitstechnik, han enviado una carta a la presidenta del Govern balear, Francina Armengol, para exigirle que reabran las islas a los extranjeros que cuentan con residencias allí. Exigirle, sí. Incluso llegan a amenazar con irse con su pasta a otro sitio con playa si no les dejan volver y les abren los restaurantes, los campos de golf y los puertos deportivos. Tal cual.

Prefiero creer en la bondad de las personas aunque son ya muchas las ocasiones en que mis congéneres han demostrado ser unos miserables sin escrúpulos, conciencia ni alma. Prefiero pensar que de esta saldremos más cívicos, con una mayor y mejor conciencia social, más solidarios y sabiendo lo importantes que son y serán los lazos afectivos, porque la que se nos viene encima ni nos lo podemos imaginar y vamos a necesitar arroparnos. Preferiría no leer noticias como las de los alemanes ricachones ordenando que les abran su parque temático, pero lo hago, y he llegado a la conclusión de que es porque manejo mejor la ira que la tristeza. Cabrearme con razón me parece más sano que este peso en el pecho que a veces no me deja respirar con normalidad y he comprobado que nos pasa a muchos; necesitamos estar enfadados para no pensar en lo que nos aterra. La incertidumbre de qué será de nosotros y de los que queremos, a qué mundo saldremos y cómo coño lo haremos nos devora.

Mi amiga Amaia me dio hace tiempo el mejor consejo del mundo para aliviar angustias: “No pienses más allá de lo que vas a hacer en los siguientes cinco minutos”. Procuro ponerlo en práctica ahora y detengo los pensamientos que se atropellan como animales salvajes en estampida, pero no siempre me sale. Hoy me ha resultado especialmente difícil porque por mucho que lo he intentado no ha habido forma de espantar a la tristeza. Hoy es 23 de abril, hoy es Sant Jordi y yo vivía esta fecha con la misma ilusión de la Noche de Reyes. Ya no se trataba de no mirar al futuro, sino de obviar el presente, los próximos cinco minutos, y ha sido imposible no imaginar lo que podría estar haciendo: pasear por el centro sorteando a la gente sin dejar de mirar a mi alrededor y sentir la maravilla de los libros y las rosas, lo que hasta 16 veces he hecho en el pasado. Éste iba a ser el 17 y recuerdo el primero como si fuera ayer.

Llevaba ocho meses viviendo en Barcelona y me habían advertido sobre lo especial del día, pero nada me preparó para la explosión de los sentidos cuando llegó. Jamás imaginé que fuera así, que nada más poner un pie en el portal viera y notara la alegría y la belleza, las rosas en el metro, las calles llenas, las colas en las librerías, la bulla constante. Me enamoré al instante del día de Sant Jordi y he terminado casi siempre feliz y piripi brindando por la noche con amigos y conocidos, algunos de ellos autores, editoras, agentes literarios. El año pasado paseé con el perro tan cachorro por la Rambla, me tomé una cerveza en la Boquería, me senté en una terraza en la Gran Vía a ver pasar gente, tuve mi libro, mi rosa y mis besos y los regalé también igualmente. Si hubiera sabido lo que iba a pasar no cambiaría nada de ese día de hace un año. Lo disfruté y lo viví con el mismo placer de los 15 anteriores.

Éste iba a ser el 17. Y me ha pesado tanto la pena que he ido a buscar noticias que me enfaden porque manejo mejor la ira que la tristeza. Me han regalado un libro, risas y besos y he respondido con lo mismo a pesar de todo. A pesar de los pesares. Los alemanes gilipollas no han tenido el efecto deseado y el refugio, al final, ha sido el de siempre y lo de siempre. Habrá un 18, creo que no será en julio y ojalá me equivoque, pero igual en abril del año que viene, o al siguiente o al otro. Dependerá de una vacuna. El 17 ya lo he vivido y he tenido que frenar porque ya me había arrancado a abrazar a una amiga que me he encontrado en el Mercat de Sant Antoni esta mañana. Nos hemos hablado a distancia y no poder acompañar con el cuerpo, la piel, a las palabras de “me alegro mucho de verte” ha sido una mierda. Y no me puedo esconder en 180 millonarios, aunque deseo con todas mis ganas que apunten bien sus nombres y les cierren la entrada a las islas para siempre.

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