Se me ha caído ya una colaboración; soy autónoma, me dedico sobre todo al deporte y se han suspendido todas las competiciones hasta nueva orden. Mi familia vive en Madrid, la Comunidad con más casos de coronavirus, y con mi madre (es mayor y está operada del corazón igual que mi padre, por lo que son grupo de riesgo) ya he pasado a tres o cuatro llamadas al día porque está angustiada.
El consejo que le doy, además de que se quede en casa, es que apague la tele o vea películas. A mi hermano le oigo jodido por el trabajo -tiene un restaurante- mientras mis sobrinas le preguntan si pueden bajar a la calle. A mediodía escucho a Pedro Sánchez enumerar un paquete de nuevas medidas, pero cuando llega a los autónomos, pasa palabra. Por la tarde recibo una llamada de teléfono; es de una compañía de seguros y me preguntan si me interesa contratar el de defunción. Acierto a decir que no, gracias y mi buena educación activa el piloto automático despidiéndome además con un “que tenga un buen día”. Son sólo las seis de la tarde y, por cómo va el mío, sólo tengo ganas de llorar.
Así puedo seguir, lamentándome con el yo, mi, me, conmigo hasta el final del artículo y más allá. Lo que nos está ocurriendo es extraordinario y ni siquiera lo imaginábamos ya no hace un mes, sino hace tres días, así que la sensación de estar sobrepasados es real, está pasando. Activé el plan B: llamé a amigas, me conecté a chats donde me reí un rato y pensé en películas, series, libros, música, en hacer una lista que me desconectará de la realidad si se cumplen los peores augurios y me debo quedar en casa sin ni siquiera teletrabajar, que es como se llama ahora a lo que llevo haciendo desde hace siete años. El paseo con el perro ha hecho su magia y al final del día estoy menos abrumada, más tranquila, capaz incluso de contestarle a la chica del seguro si me puede pasar con su jefe si me vuelve a llamar.
Caer en el yo y mis circunstancias, o estar hiperconectada a las noticias que van de mal en peor, no me ayudará en nada. Y sospecho que no soy una rareza. Por nuestra salud mental, confío en que encontremos vías de escape, que nos esforcemos en ello, que nos empeñemos en reírnos, que nos apoyemos aunque sea por teléfono, que nos contemos, que tengamos red donde caernos y estemos atentos a quien pueda no tenerla, que nos hablemos bien y nos demos cariño, que no subestimemos las angustias y los problemas ajenos y así podamos ayudarnos ni que sea sólo por escucharnos y que sepan que aquí estamos, que no están aislados. Y si todo falla… les paso el número de los del seguro si quieren.
Repaso lo que he escrito y sí, he hablado de mí. Pero estoy segura de que ni soy la única, ni estoy sola.
