Alguien como tú

Hoy hace un año me subí a un tren en Barcelona que me llevó hasta L’Aldea. Allí me esperaba bajo la lluvia, nos esperaba, un voluntario de la protectora de animales Associació Engrescats de les Terres de l’Ebre. Les encontré gracias a su página en las redes sociales, llamé por teléfono y quedamos porque queríamos adoptar a un perro. Habíamos visto por fotos a un labrador de tres meses y cuando lo conocimos tiritaba, agachó la cabeza y se echó patas arriba para quedarse quieto mientras le rascábamos la tripa. Nos tenía miedo y se le veía dulce y tranquilo. El segundo era un cachorro de mes y medio, una mezcla de spaniel bretón con vaya usted a saber qué, aunque creían que boxer. También le habíamos visto en foto junto a su camada de cinco crías, tres machos y dos hembras y lo primero que hizo cuando nos conocimos fue intentar trepar por mis rodillas y darme un lametón. Nos quedamos con el segundo, pero me acuerdo muchos días del primero.

En este año no me he arrepentido ni una sola vez de nuestra decisión. Agobiado sí: unas cuantas. Porque hacerte cargo de un animal conlleva una responsabilidad, debes cuidarle y educarle y eso no es fácil. Además soy de naturaleza ansiosa, como él, para qué nos vamos a engañar.

Groot es amor, puro amor. Va saludando a los vecinos que conoce y que también tienen perros por la calle y da cabriolas de lo contento que se siente cuando les ve. Saluda siempre a los dueños, a los perros no les hace al principio ni caso y también se comporta así cuando entra en el parque; primero las personas, después ya juega con Aiko, Arún, Felipe o Namy. Es un glotón; dejé de ir a un estanco porque en los primeros días le dieron chuches -unos snacks con forma de huesitos- se acostumbró y cada vez que entrábamos por la puerta los pedía llorando. Llorando mucho. Ahora acudo a otro y se sienta callado mientras compro. Santi llegó a casa hace unos días muerto de risa porque había pasado con Groot por delante de la puerta del veterinario y ante sus ladridos de contento las dos auxiliares salieron de su mostrador para asomarse a saludarle; aseguran que no conocen a un perro tan feliz de ir por la consulta. Pensé que se le pasaría cuando le pincharan las vacunas, como a otro perro con el que conviví en casa de mis padres durante 10 años y al que quise mucho, muchísimo, pero no. Groot es así. Es amor.

He cambiado algunos de mis hábitos de vida. Paseo todos los días, por ejemplo. Conozco mejor el barrio, sus calles, sus escaparates, los parques, Montjuïc y los rincones donde puede correr. Saludo también a más vecinos que tienen perros como yo, hablo más… Es rarísimo el día que no me pare a charlar con alguien, ni que sean dos minutos, un “hola ¿qué tal?” En general, me siento de mejor humor y dejé de cenar como postre el Diazepam al que estaba enganchada para poder dormir después de dos años y medio con problemas de espalda y una intervención quirúrgica- ahora lo único que tomo es ibuprofeno cuando los ovarios me dan la calda- y sé, estoy segura, de que Groot tiene la culpa de que yo esté más contenta que hace un año.

El labrador al que vimos primero también fue adoptado, espero que por alguien que le esté cuidando bien. Si no nos quedamos con él fue porque preveía dificultades para subir a un perro de ya 14 kilos por las escaleras de un tercer piso sin ascensor en las primeras semanas. Y sé, estoy convencida, de que habría conseguido que se sintiera tan seguro que lo de las escaleras no habría supuesto ningún problema en poco tiempo. También porque conectamos mejor con el que se aupó a mis rodillas y entonces pesaba sólo 2 kilos y medio. Ahora pesa 22.

Las protectoras están llenas de perros y gatos abandonados o fruto de camadas indeseadas que no son de nadie. Los hay de diferentes razas, tamaños, cachorros y abuelos. Hay quien los adopta ahora en Navidad como regalo para un niño que lo ha pedido en la carta de Papá Noel, a los Reyes o a ambos, y algunos de ellos regresarán para devolverlos en verano. Hay quien los deja en los arcenes de las carreteras. Hay quien los utiliza para cazar y los desecha como basura cuando no le sirven. Los hay maltratados por gente sin alma. Y están en las protectoras y en las perreras esperando a alguien como yo, como nosotros. O quizás a alguien como tú.

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