Hacía mucho calor y me despertaron unos gritos provenientes de la calle. Eran las cinco de la madrugada. Me asomé al balcón y ahí estaban: tres chicos y una chica que no llegaban a los 30 años. Ella estaba sentada en el bordillo de la acera y se balanceaba, dos de ellos intentaban contener al amigo que a voces y con manotazos les decía que le dejaran. “Quiero follar”, gritaba. “¿En serio? ¿En serio te vas a ir a un puticlub ahora?”, le decían.
El que quería follar no podía ni articular bien de lo borracho que estaba, pero pidió a los otros que le dejaran hablar con la chica. No escuché lo que le decía, pero le pasó los brazos por los hombros antes de que intervinieran de nuevo los otros dos para que la soltara. Ella volvió a sentarse en el bordillo y él se dirigió a mi portal y meó en la puerta. A esas alturas ya estaba con el móvil en la mano dispuesta a llamar a la policía si volvía a acercarse a la chica, que empezó a vomitar en un árbol. A los cinco minutos y después de que él intentara acercarse de nuevo y que los otros dos se lo impidieran continuó la discusión sobre si debía irse o no a un prostíbulo. “Te vas a meter en líos tío, y te quedan sólo 11 meses. ¿Lo vas a tirar todo por la borda? Te meterán otra vez en la cárcel, tú mismo”, le soltó uno. Unos cuantos manotazos más entre ellos, unas cuantas voces y al fin, los dos jóvenes que intentaban controlar a su amigo borracho levantaron a la chica del suelo, pararon a un taxi y se fueron con un “ahí te quedas macho, haz lo que quieras”. El que quería follar les insultó mientras veía cómo se alejaba el taxi y acto seguido se marchó tambaleándose por la calle. Ya no pude dormirme.
Pensé en la chica. En la suerte que había tenido de estar acompañada por dos tipos que se preocuparon de no dejarla sola, que vigilaron de cerca cuando el otro se acercó para hablar con ella, que la levantaron del suelo con cuidado, la agarraron de los brazos y la metieron en un taxi poniendo una mano sobre su cabeza para que no se diera con la ventanilla. Pensé en el que quería follar en un puticlub. Pensé si al final habría terminado en uno y sentí un asco profundo.
Por la mañana pasé la fregona por el portal y borré las huellas de la meada. Las del asco no ha habido manera.
