Mientras algunos nos dedicábamos a reflexionar sobre si la impresión de los colores del arco iris en el vestido blanco de Carolina Herrera que lució Melania Trump para las celebraciones del 4 de julio tenía algún mensaje simbólico a favor de los derechos del colectivo LGTBI, otros (entre ellos, mucho progre) se escandalizaban en redes sociales porque a la primera dama de EEUU se le marcaban los pezones. Y podría entender el alboroto si la razón fuera que sumarse al movimiento Free the Nipple, que pretende normalizar y visibilizar el cuerpo femenino, entra en conflicto con la supuesta y selectiva (cínica) ideología reaccionaria de su marido. Pero no, el problema era el pezón. Sin más.
Siempre me ha sorprendido la relación de los hombres con las mamas femeninas y no logro comprender como ha calado tan hondo en el imaginario colectivo la hipersexualización de los pechos femeninos y no las orejas o el cuello (más allá de que cuando los humanos empezamos a caminar de pie, el trasero quedo más desapercibido y los pechos se antojaron las nalgas a las que se abalanzaban anteriormente). No sé, es aquello de recaer en que todos han salido de un coño y, si han tenido suerte, han mamado de las tetas de su madre.
En fin, el absurdo llega cuando socialmente aceptamos que se censure o recrimine a una madre por dar el pecho a su hijo en público (¿qué clase de mente tarada puede entrever en alimentar a un bebé algo erótico, porno, asqueroso o maligno?) y el ridículo cuando en Instagram se prohibe la publicación del pezón de una hembra pero no la de un macho (porque queridos míos, los hombres también tenéis tetas, en algunos casos más grandes que las de muchas mujeres, y también se os marca debajo de la camiseta o camisa). Y ya no es sólo la extendida creencia y fantasía masculina de que si el pezón se pone duro se debe a que una va excitadísima (también puede ser por frio, calor o porque sí); es sencillamente porque nuestra anatomía provoca, es pecado.
Ejemplo: a los 13 años fuimos toda la clase de excursión a Port Aventura. Era finales de curso y recuerdo que hacía muchísimo calor. Los chicos se sacaron la camiseta. Subimos a alguna atracción de agua y quedamos empapados. Yo llevaba un top de bañador (un top de bañador de niña) debajo de la camiseta empapada y me la saqué. Enseguida vino un trabajador del parque a pedirme que volviera a cubrirme rápidamente. Protesté pero algún profesor me advirtió que "no es lo mismo". Lección (NO) aprendida: ¿Si la mirada pervertida la tienen los demás, por qué me corregían (humillaban) a mí?
Y, por supuesto, que podemos ponernos pezoneras si no queremos llevar un sujetador (por cierto, aunque la ropa interior sea la adecuada, si los tejidos del vestido son naturales la forma de la mama puede traspasar igual). Esos floretones de silicona o los de tirita que funcionan mejor. Ahora, mi sensación cuando me las coloco o miro en el espejo es como la de sellar una boca o tapar una herida. Dado el caso también existen los burkas, digo yo.
Una semana después del 4 de julio, y tras un fin de semana en Nueva Jersey, Melania descendió del helicóptero oficial con otro vestido blanco y, de nuevo, sin sujetador. Y entonces sí, entonces sí me intrigué. #braless.
