Cuando come algo que le gusta canturrea. Es como un murmullo, un sonido que le sale del pecho y que no tiene una melodía determinada. Un ronroneo. Es su respuesta al placer que siente ante un buen plato. Él no se había dado ni cuenta hasta que se lo dije. “¿En serio?” me contestó el primer día. Su hijo mayor también lo hace y cuando le sale ese sonido, él me mira y sonríe. Es capaz de escuchar el arrullo del otro, pero no a sí mismo. Lo tiene tan interiorizado de modo tan inconsciente que no se percata.
Hace una semana la huelga feminista fue un éxito. Mujeres en todo el país paramos y salimos a las calles para exigir un derecho básico: la igualdad. Ese día, los anteriores y los que siguieron hemos estado contando en voz alta -algunas por primera vez- nuestras experiencias. Busquen, por ejemplo, en twitter con la etiqueta #prouperiodismesexista lo que hemos tenido que aguantar. Y muchos, y también muchas, por primera vez han escuchado con atención sus propias voces. Esas actitudes que tenían asimiladas como normales cuando de ninguna manera lo eran. Esas en las que las mujeres son ninguneadas, silenciadas, tratadas con condescendencia y cosificadas en la base de un sistema machista que termina en la cúspide con un goteo continuo e intolerable de violadas, maltratadas y asesinadas a la que pretendían que nos acostumbráramos como si fuera parte del paisaje. Ese clamor ya ha sido oído porque nos hemos encargado que lo contrario fuera imposible. Ya es algo, pero es que no pedimos migajas, ni nos conformamos con “nuestro día”. Porque todos los días de nuestra vida son nuestro día.
Bienvenidos a los que se han caído de su atalaya, se han mirado a sí mismos y nos han escuchado, por fin. Ya era hora. Porque cuando hablamos del techo de cristal -que más bien es de cemento armado- las feministas ya hemos dado un salto para que no se nos queden anclados los pies en el suelo. Ese suelo pegajoso en el que no avanzamos y cuando nos quejamos somos unas pesadas, unas exageradas, y el “por algo será” y el “calladita estás más guapa” y el “pero qué sabrás tú” y el “te estás yendo al extremo”. Así que ahora no traten de manipularnos, que eso ya lo tenemos muy visto. Y muy vivido. No intenten politizarnos, porque el machismo es transversal y afecta a mujeres de derechas, de izquierdas y de todas las clases sociales. No se pongan ahora, señores, a la cabecera de la manifestación porque no queremos que nos lideren. Queremos liderar nosotras, a ver si se enteran. Si no lo han entendido es que no han terminado de escucharnos con atención y siguen sin darse cuenta de su canturreo interior, ese que les sale de tan adentro que ni son capaces de percibirlo. Queremos ser iguales.
A los y las machistas que siguen erre que erre negando la mayor: francamente, les doy por perdidos. He pasado página, no me interesan en absoluto, no pienso perder cinco minutos de mi tiempo en debatir obviedades, que tengo muchas cosas que hacer. No les aguanto desde hace ya tiempo, pero me van a tener enfrente siempre para ponerles en ridículo. Porque lo son. Y tienen motivos para estar a la defensiva y ponerse nerviosos porque ya no pasan inadvertidos y sus actitudes tienen consecuencias. Ahí está el caso de Francisco Martínez Campos, el ya ex director de control de servicio público de Radio Televisión Región de Murcia, que ha sido destituido después de un lamentable artículo machista. De nada le sirvió pedir perdón “a aquellas compañeras y compañeros que se hayan sentido ofendidos”, cayendo en su propia trampa. Lo extraño era no ofenderse ante frases puestas en boca de su perro Trotski, (qué original) tales como: “Al mediodía Trotski entra a toda leche desde la terraza para visionar el informativo y a Martita y Carmen. “Dos pedazo de mujeres", me dice con ojos golosones. Dos "zagalas" de buen ver a las que no le importaría dar un lametón o acurrucarse en su regazo. Tonto no es el cacho perro”.
Aviso que aquí seguiré, esperando a que ERC destituya a Lluis Salvadó. Porque el debate sobre las filtraciones y la privacidad es en otra ventanilla y de eso ya hablamos otro día. Una vez filtradas es inaceptable que se mantenga en su cargo a un señor que aconseja contratar para el Departamento de Educación en julio de 2017 “a la que tenga las tetas más gordas”. O que “están buscando una rumana, vía la mujer de Puigdemont, o una brasileña, que son resultonas. Es misión imposible. Es más fácil inaugurar un auditorio que encontrar mujeres”. Un expediente y un tirón de orejas no es suficiente. No. De ninguna de las maneras.
Ese fango ya lo hemos pisado bastante como para hundirnos en él y comprobar que apesta. Y me da exactamente lo mismo si es de ERC, del PP o de Podemos. Oigan bien: hay que limpiarse a conciencia de los zapatos ese suelo pegajoso antes de mirar al techo. Y ya van tarde.
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