El lujo era esto

“¿Has pensado en tu futuro?”, me pregunta el cajero mientras espero a que escupa el dinero en billetes pequeños, que así me parece que tengo más y por los auriculares suena ‘El Último de la Fila’ y escucho lo de las “pequeñas tretas para continuar en la brecha”. Y si no fuera porque tengo menos fuerzas que un mosquito y terminaría en urgencias, en comisaría o en un ala de psiquiatría me entran ganas de destrozar la pantalla o de gritar a pleno pulmón en la calle insultos de los gruesos y bien largos; de esos de frases compuestas que se atropellan las unas a las otras. Pura rabia, en fin.

El otro día me contaba una amiga, 44 años, que lleva trabajando desde los 18 y viviendo fuera de su casa y ciudad desde los 21, que uno de los últimos lujos que se permitía después de vender su coche y compartir piso era el de ir a hacerse la manicura, pero últimamente -y con la inestimable ayuda de ir encadenando un precario contrato tras otro donde la exprimen cada vez más- había decidido cortárselas al ras; problema resuelto. No ha ido a las rebajas, no entra ni siquiera en las tiendas y las cuentas para llegar a fin de mes pasan por comprar a veces un pack de cuatro cervezas en lugar de seis. No es la única. Su voz de derrota, la vergüenza con la que me lo confiesa me enfurece. Como si fuera culpa suya.

Sueña. Si quieres puedes. No dejes de intentarlo. La crisis es una perenne oportunidad. Sonríe y no dejes de colgar en tus redes sociales frases de superación junto a amaneceres naranjas y desayunos de cereales. Sé feliz. Debes serlo. Porque si te has caído por las rendijas del sistema es que algo has hecho mal. Tú. Así que espabila y no te quejes. Que el tiempo es oro y no hay que perderlo lamentándose, sino encontrando una solución porque nunca sabes lo que puede pasar mañana.

Los que trabajan para sobrevivir en condiciones miserables a mi alrededor son legión. Vivir en un barrio céntrico en una ciudad como Barcelona es ya un lujo. No me tengo que ir muy lejos porque donde resido, en Sant Antoni, los especuladores se frotan las manos con la apertura del nuevo mercado mientras suben los alquileres a niveles insoportables para echar a los antiguos inquilinos, remodelar los pisos, subir los precios hasta el doble en algunos casos y que nos quede una cosa muy pulcra de extranjeros pudientes. Todo llenito de cafeterías con muffins envueltos en papelitos ecológicos de colorines, brunchs, vermuts con aceitunas en taburetes de cajas recicladas rodeados de cuadros de diseño y fotos en blanco y negro de cómo era el barrio antes para darle ese barniz ‘cool’ -si no utilizas ahora anglicismos definitivamente estás ‘out’- para así disfrazar y dar sentido de identidad a algo que ya no está, ya se ha ido, es pasado. Ya nos han echado.

Nos estamos convirtiendo en forasteros de nuestra propia realidad, de nuestra propia vida, mientras el titular en los medios es que la Ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, es que “la senda del equilibrio ha vuelto” y De Guindos, todavía el Ministro de Economía, se postula como vicepresidente del Banco Central Europeo. Los datos exactos del equilibrio son dar por perdidos 42.590 millones de dinero público de los 56.865 que aportó el Estado al rescate bancario. No lo digo yo, así lo anunció el Banco de España.

El problema si no pienso en ese futuro que me pregunta la pantalla del cajero es mío; seré una fracasada. Igual lo soy ya y no me he dado cuenta. No sé cómo no se me ha ocurrido antes ahorrar para poder irme a vivir cuando sea mayor a una ciudad como Barcelona, a un barrio como Sant Antoni y tomarme una caña al sol con mis amigos. Porque el lujo era esto.

 

 

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