No son las redes: eres tú, imbécil

Hace poco caí en la razón de por qué no entraba en una de mis cuentas de redes sociales, en Facebook concretamente: porque me dolía. Y no, no era porque me insultaran o acosaran, sino porque ya no no encuentro allí los mensajes privados que me enviaba un familiar muy querido que murió y que me preguntaba qué tal estaba y a continuación lo mucho que le había gustado el último artículo que había escrito y colgado, todo orgulloso. Yo me inflaba como un balón, me hacía tanta ilusión… Ya no comparto apenas lo que escribo en Facebook porque él no está. Y duele. Sigue doliendo.

Ayer una de mis mejores amigas me recordó que este mes de febrero recién estrenado se cumplen siete años desde que nos conocimos. Nos seguíamos en twitter y nos admirábamos a distancia hasta que ella le pidió a un conocido en común que nos presentara. Ahora no sólo continuo admirándola, sino que la adoro y buscamos siempre un hueco para encontrarnos, vernos, mirarnos a los ojos y contarnos qué nos pasa con la más pura de las complicidades y un amor incondicional.

Siempre me ha parecido curiosa esa opción de soltar lastre y huir de la responsabilidad individual para poder echarle la culpa de lo que sea al tendido. No son las redes sociales: eres tú, idiota. Uno se asoma al balcón y comprueba si llueve o hace sol. Uno abre la ventana para que entre aire fresco. Uno entra en las redes sociales con un propósito determinado y escoge el camino; ya sea para publicar su trabajo, ver el de otros, explicar su estado de ánimo, hacer chistes o exhibir lo que come, con quién come, sus hijos, casa y vacaciones. Todo es válido. Y, en cualquier caso, no soy quién para decirle a nadie cómo llevar su casa y ordenar su armario.

Para mí sólo existe una baliza, una línea roja, un límite infranqueable: los que las usan para volcar sus frustraciones, su rabia, su odio. A estos les bloqueo directamente sin miramientos. Pero no es el medio, son ellos. Es una perogrullada, pero conviene recordarlo ahora que se ha puesto de moda anunciar que uno se marcha de dónde sea a bombo y platillo, no sé si con el propósito de que su ego reciba un buen masaje mientras les suplicamos que se lo piensen mejor o en busca de cariño para que les digamos que les vamos a echar de menos. Y luego está el acoso.

El acoso en las redes es tan tóxico o más que en la vida ‘real’. El efecto multiplicador, el altavoz es más potente y el daño íntimo se convierte en público. Las mujeres y los menores son, como siempre, los más vulnerables. Los segundos pueden y deben ser protegidos y tutelados por los adultos, mientras que las mujeres, por el simple hecho de serlo, soportan insultos día sí y día también. Según un estudio de Amnistía Internacional que se hizo público en el 2017 y en el que participaron 4.000 mujeres de entre 18 y 55 años de ocho países -500 en cada uno- casi la cuarta parte (el 23%) de las encuestadas en Dinamarca, España, Estados Unidos, Italia, Nueva Zelanda, Polonia, Reino Unido y Suecia sufrió abusos o acoso online al menos una vez. Un 41% dijo que al menos en una ocasión estas experiencias habían hecho sentir su integridad física amenazada.

El 61% de las mujeres que dijeron haberlos sufrido (el 52% en España), afirmaron tener la autoestima más baja y menos confianza en sí mismas. Más de la mitad, el 55% y el 51% en nuestro país, ha experimentado ansiedad, estrés o ataques de pánico y el 63% reveló haber tenido dificultades para dormir después del abuso.

Más allá de los números contaré el caso de una mujer a la que admiro por sus artículos y a la que no conozco personalmente, pero sí vía twitter, y que me confesó hace poco que el acoso por parte de un señor, intelectual para más señas, le hizo sentirse tan frágil que tuvo que pedir ayuda psicológica. El señor tiene cómplices, claro, amiguitos que en plan todos a una como en Fuenteovejuna, aplaudían sus ataques. Los misóginos se arropan estupendamente entre ellos. A ella cuando me lo contó le contesté que algo estamos haciendo bien cuando se sienten tan amenazados como para actuar de forma tan furibunda por el simple hecho de que expresemos nuestra opinión; algo a lo que al parecer no están acostumbrados y no están dispuestos a tolerar. No van a callarnos. Y no, la culpa no la tienen las redes. El imbécil eres tú.

 

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