No hay un maldito día, ni uno solo, para todo aquel que no haga lo de ‘los tres monos’: no ver, no escuchar, no hablar, sin que mueran personas intentando llegar a Europa escapando del hambre, la guerra, el terror, ante la pasividad de una UE que está haciendo todo lo posible para no darles asilo ni refugio decente endureciendo sus leyes e incumpliendo todos los tratados habidos y por haber firmados en cumbres urgentes que se han saltado a la torera. En España, por ejemplo, hace solo una semana que se vació la cárcel de Archidona en la que han estado recluidos en condición de presos durante dos meses 572 personas. Era ilegal, pero ha ocurrido. Había incluso 10 menores y un caso de un presunto suicidio, el de Mohamed Bouderbala, de 36 años, sobre el que existen muchas dudas.
El ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, recibió duras críticas y algunos partidos pidieron su dimisión por lo sucedido en Archidona, pero en ningún momento he escuchado, ni sentido, un clamor popular por ello. Ayer, Zoido afirmó que se habían gastado 87 millones de euros, más o menos, en el despliegue policial para evitar el referéndum del 1 de octubre en Catalunya en el que las fuerzas de seguridad repartieron hostias a ciudadanos a la vista de todo el mundo. Algunas de las imágenes han sido elegidas por medios internacionales entre las más relevantes del año: señores y señoras con la cabeza abierta, policías porra en mano apaleando a gente tirada en el suelo o arrastrándoles por los pelos. Zoido defendió ayer en el Senado que "la actuación policial el 1-O fue legítima, profesional y proporcionada”. Y hay quien no solamente se lo traga, sino que hasta lo aplaude. Me espanta como tragamos y digerimos lo que sucede ante nuestros ojos justificando lo injustificable: la brutalidad.
No muy lejos de aquí, en Grecia, hay periodistas que nos están contando lo que sucede en los campos de refugiados. O que lo intentan en muchos casos, porque la respuesta que reciben en los medios nacionales es que busquen “un nuevo ángulo” porque las imágenes de podredumbre y miseria al parecer ya están vistas, no nos importan y no se nos ha caído aún la cara de vergüenza. Hibai Arbide llegó a Grecia hace cuatro años por cuestiones personales después de trabajar como abogado durante 12 en Barcelona y ahora se dedica a informar sobre lo que allí está pasando. Él tiene la suerte de trabajar para ‘TeleSur’ con un sueldo fijo “pero veo a muchos colegas que llevan aquí desde hace dos años intentando vender un tema y a los que les piden que busquen un nuevo enfoque porque el tema ya está visto y no interesa. Y, por ejemplo, las piezas para un medio escrito no pasan nunca de los 100 euros, así que los números no cuadran. Es imposible porque, por ejemplo, en la última semana con los traslados, el alojamiento y todo tirando por lo bajo Ángel Ballesteros, con el que siempre voy, y yo nos hemos gastado unos 1.000 euros y ya te digo yo que no hay medio en España que te compre diez artículos en un mes ahora mismo”.
Con lo entretenidos que hemos estado todos con la crisis en Catalunya y el peligroso independentismo que nos amenazaba los refugiados ya no interesaban, ni siquiera en los medios públicos: “Un compañero de una televisión pública en España me dijo que en todo el mes de diciembre había enviado una pieza de 40 segundos, que ya me explicarás qué puedes contar de tal desastre en 40 segundos”. Hibai Irbade acaba de estar en el campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos. Y lo que ha visto le ha dejado tocado: “Porque la última vez que estuve, hace un año y medio, ya se respiraba el miedo a las detenciones y deportaciones, pero no me esperaba ver las condiciones de hacinamiento. Están sobrepasados. Hay algunos campos en Grecia que triplican su capacidad. Niños entre la basura, descalzos, sucios, sin acceso a agua corriente y que hacen sus necesidades al lado de la tienda de campaña donde viven con el frío, temperaturas bajísimas. No puede no impresionarme”.
Hibai me insiste varias veces durante la conversación telefónica -no nos conocemos- para que “por favor te lo pido, no hay nada heroico en lo que hago, no es cuestión tampoco de ser especialmente sensible. A mí lo que me impresiona es cuando veo a colegas que llegan y hacen fotos como si estuvieran en un estudio o graban a los refugiados sin ni siquiera hablar con ellos, sin saludarles. ¿Cómo pueden hacerlo? Tampoco hay que caer en el amarillismo, regodearse en el dolor porque en medio de todo esto hay niños jugando y riendo y precisamente eso puede chocar aún más. Es necesario encontrar un equilibrio”.
Equilibrio. Me pregunto qué se podría hacer, por ejemplo, con esos 87 millones de euros que Zoido admitió que el gobierno se ha gastado en el dispositivo policial. En la Sanidad Pública, me viene así a bote pronto.
Pienso también dónde está el equilibrio cuando veo un tweet de Proactiva Open Arms sobre la muerte de un bebé de tres meses y en cómo hemos podido acostumbrarnos a tal horror sin exigir medidas a nuestros dirigentes de la UE mientras asistimos al auge de los partidos xenófobos, con sus medidas antiinmigrantes, en media Europa.
Equilibrio. Me pregunto, le pregunto a Hibai, cómo puede soportar ver lo que ve: “Pues no lo sé… No todos los días te rompes, pero sí hay unos cuantos en los que apagas la cámara, dejas de hacer la entrevista y solamente hablas con ellos, sin más”. Equilibrio… Sigo sin entender el mundo en el que habito y cómo se puede buscar “un ángulo diferente” para explicarnos esta ausencia de dignidad, de decencia, de vergüenza, pero sé que la desequilibrada no soy yo. Son los tres monos.
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