Ayer nació Clara, mi ahijada, con un peso de 3 kilos y 600 gramos y en perfecto estado de salud. Bienvenida Clara, cariño. Tienes toda una vida por delante que deseo que sea larga y feliz y unos padres maravillosos que te darán todas las herramientas que están en su mano para enfrentarte de la mejor manera posible a lo que vendrá, lo bueno y lo malo.
Desde ahora también escribo para ti, igual que lo hago desde hace siete años para mis sobrinas mellizas Ada y Martina, con la sensación, la idea, el convencimiento, de que desde mi pequeño lugar en el mundo soy responsable de que vuestras vidas sean mejores, de que vosotras no tengáis que pasar por lo mismo que yo, de que estéis mejor preparadas, no os sintáis culpables y que sepáis mandar a la mierda o hacer oídos sordos a quien se lo merezca a su debido tiempo. Desde el principio, vamos.
Hay gente con la que no hablo, debato ni, en consecuencia, discuto. Resulta imposible aprender de lo que sea cuando no estás debidamente informado, cuando no escuchas o lees una teoría y la contraria y a partir de ahí te formas tu propia opinión que puedes apoyar con argumentos, datos, hechos concretos. La de veces que he defendido yo una y he terminado diciendo “pues tienes razón, me callo”, así que vaya por delante que considero una derrota no hablar siquiera con según quién, pero no siento en absoluto que en cuestiones de feminismo deba protegerme a estas alturas. Dejar de darse golpes contra la pared es un síntoma de inteligencia y no estoy dispuesta a magullarme más la cocorota. Contigo no, bicho. Y punto.
No quiero hombres en mi vida que me consideren menos, que me traten de forma condescendiente, que me digan que exagero, que saco los pies del tiesto, que “es que ya no se puede decir nada, vamos”. No quiero mujeres que confundan términos tan claros, y tan opuestos, como el acoso sexual con el puritanismo. No quiero que me lo expliquen como si fuera gilipollas, como si yo no hubiese flirteado o follado con quien me ha dado la gana, cuando me han dado las ganas. Como si no supiese distinguir cuando quiero y cuando no; porque cuando he dicho no ha sido por una falta de deseo y de interés, no porque tuviera aversión a los hombres ni se me pasara por la cabeza meterme en un convento. Porque cuando me he quejado por haber sido tratada de forma diferente sólo por el hecho de ser mujer no estaba siendo una ‘niñata’, sino que tenía razones objetivas para ello.
Ha sido celebradísimo el discurso de Oprah Winfrey en los Globos de Oro y me alegro. Era potente. Un discurso que terminó así: “Para todas las mujeres que escuchen esto, les digo que en el horizonte hay un nuevo día. Y cuando llegue ese nuevo día, será gracias a muchísimas grandes mujeres, que están aquí esta noche, y también a grandes hombres, que lucharán por ser los líderes que nos lleven a un tiempo en el que nadie tenga que decir: Yo también”. Ese nuevo día no ha llegado todavía. Es más, ni siquiera brilló con toda la fuerza que se requiere ni siquiera en la gala. Porque cuando Natalie Portman soltó mientras presentaba: “Estos son los hombres nominados” en la categoría de mejor director, las cámaras captaron la reacción de fastidio del que después fue el ganador, Guillermo del Toro. Peor todavía fue la de Denzel Washington, que cuando Geena Davis y Susan Sarandon lanzaron el dardo de la desigualdad salarial cuando presentaban el premio al mejor actor en una película con “los cinco nominados están de acuerdo en dar el 50% de su sueldo a las mujeres” en el que él era uno de los nominados, meneó la cabeza y no escondió su gesto de enfado. Vaya por dios. El año en el que Hollywood clama contra el acoso sexual las actrices se pusieron pesaditas cuando les presentaban a ellos, los señores, que apenas tuvieron palabras en sus discursos de agradecimiento para apoyar un movimiento más que justo, respetable y saludable.
Estoy esperando a que “los grandes hombres” levanten la voz y se unan de forma unánime en contra del machismo, sin peros y sin que parezca que nos están haciendo un favor por el que tenemos que darles las gracias. Porque yo no quiero ser más que ningún hombre, quiero ser igual. Y cuando lo exijo me asiste la razón, tengo todos los argumentos del mundo y toda la historia de la humanidad detrás en la que las mujeres han sido silenciadas, tratadas como ciudadanas de segunda, objetos a los que acosar, asaltar y violar, vasijas cuyo único fin y objetivo vital debía ser el de procrear. En casa y con la pata quebrada.
En ningún país en el mundo, ninguno, existe a día de hoy total igualdad entre hombres y mujeres. Pero todavía hay que pedir perdón cuando se alza la voz porque resultas molesta. O dar explicaciones sobre qué entiendes y qué diferencias hay entre acoso y flirteo. Y mira no, aquí no cedo ni un milímetro.
En este punto o estás conmigo o estás contra mí. No hay grises, no hay medias tintas, no hay un “bueno, pero…” No. Así que renuncio a hablar con quien pretende aleccionarme con argumentos disparatados y privilegios de siglos. Son un caso perdido y como tal los trato. A largo plazo la única manera de acabar con el machismo es la educación y la cultura. Soy consciente de que yo ya no lo viviré, pero aspiro a que Martina, Ada y Clara, recién venida al mundo, sí. Quiero, desde éste, mi pequeño lugar en el mundo, que ellas no tengan que decir perdón, por favor ni gracias por pedir exactamente lo que se merecen. Ni más, ni menos.
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